Ithaka disfrutó del Camino…

“Disfrutando del camino, seremos amigos”

Ni hecho a posta. Así­ dice nuestro grito y, en esta ocasión, nos vení­a que ni al pelo. ¿El reto? 112 kilómetros hasta Santiago. Aunque, bueno, algunos decí­an que eso era sólo una excursión 😉 Estábamos todos muy ilusionados con este momento, pues para nosotros era como un premio por los grandí­simos cinco años que hemos pasado juntos.

Pues sí­, ya tenemos la gran redacción del Camino de Santiago de íthaka realizado en Semana Santa. Si la quieres leer entera sigue leyendo esta noticia.
Si quieres ver las fotos puedes hacerlo  pinchando aquí­.

“Disfrutando del camino, seremos amigos”

Ni hecho a posta. Así­ dice nuestro grito y, enesta ocasión, nos vení­a que ni al pelo. ¿El reto? 112 kilómetros hasta Santiago. Aunque, bueno, algunos decí­an que eso era sólo una excursión 😉 Estábamos todos muy ilusionados con este momento, pues para nosotros era como un premio por los grandí­simos cinco años que hemos pasado juntos.

Salimos un viernes por la noche. Cogí­amos el tren hacia Sarria entusiasmados y, a pesar de que tení­amos que madrugar al dí­a siguiente, dormir lo que se dice dormir… No dormimos mucho. Y no sólo porque tuviésemos el cuerpo de fiesta, ¿eh? Que aquello era muy incómodo.

Aún soñolientos, “saltamos y rodamos” fuera del tren en dirección a una cafeterí­a (porque unos churros para empezar, nunca vienen mal). Allí­ conseguimos nuestro primer sello para la Credencial, y además los monitores nos repartieron un cuadernillo que habí­an preparado con diversas actividades para reflexionar. Habí­a incluso preguntas propuestas para hablar durante las etapas, que iban desde qué papel tení­a Dios en tu vida, hasta cómo nos veí­amos dentro de unos años.

Habiendo cogido fuerzas, comenzamos a caminar. Ciertamente, no era tan fácil como parecí­a y, aunque al principio fuéramos bastante bien, según pasaba la mañana empezaron los primeros dolores. “Sin sufrimiento no hay gloria”- Nos decí­amos. Además, la compañí­a del resto de la gente conseguí­a hacer que nos distrajéramos y, la verdad, era la parte más divertida de cada etapa.

Cuando por fin llegábamos, podí­amos aprovechar en  las copiosas comidas gallegas, y probar la famosa tarta de Santiago. También tení­amos tiempo para descansar, hacernos masajes y curarnos las heridas. Y no por ello eran los ratos más aburridos, pues podí­amos charlar agradablemente, o hacer juegos más tranquilos.

La hora de acostarnos era temprana (en el fondo, todos lo agradecí­amos), pero siempre sacábamos un rato para hacer una valoración del dí­a y rezar la oración de los Grupos. Sin embargo, ese primer dí­a fue especial por algo más. Los monitores utilizaron ese momento para hacer entrega de cuatro boinas más. ¡Enhorabuena otra vez a los afortunados! Esto demostró que, poco a poco, nuestro grupo estaba madurando, y más personas son merecedoras de este adelanto.

Ponerse a caminar el segundo dí­a era un poco más difí­cil, porque las agujetas y las ampollas del dí­a anterior hací­an mella en nuestra fuerza fí­sica. A pesar de ello, nosotros conservábamos los ánimos y aprovechábamos todas esas horas caminando para hablar y contar anécdotas. Verdaderamente, el camino supuso una gran oportunidad para conocer más a fondo a la gente que tení­amos alrededor y resultó un gran apoyo el tenerles cerca.

Ese dí­a batimos récords, pues los primeros llegaron cuando ni si quiera habí­an abierto el albergue. No en vano apodamos a un grupo como “Los cuatro fantásticos”. Pasamos una tarde agradable entre juegos de cartas, mí­mica… pero algunos, por si no habí­an tenido suficiente, se enzarzaron en, llamémoslo “luchas de buen rollo”, y más de uno acabó comiendo hierba. Asimismo, como era domingo, también aprovechamos la dinámica de ese dí­a en hacer una pequeña misa.

En la reflexión de aquel dí­a resultaba curioso que, de nuevo, todos destacábamos los momentos de la etapa como los mejores del dí­a a pesar del cansancio. Sin duda, la compañí­a de nuestros amigos, y también de algunos peregrinos que conocí­amos por el camino, hací­a mucho más ameno el trayecto.

El tercer dí­a tení­amos por delante la que era conocida como la etapa más dura, no sólo por su duración (casi 30 kilómetros) sino por sus numerosas cuestas. Por suerte, a la mitad harí­amos una parada en Melide para probar el célebre pulpo. Y podemos dar fe de que se merece la fama que tiene. Además, el largo camino nos dio para pensar bastante sobre cómo nos veí­amos dentro de unos años y lo que parecí­a claro es que ninguno iba a poder ser leñador 😉

Entre lo tarde y lo cansados que llegamos, se nos pasó rápido el tiempo de descanso entre risas y juegos, pero especialmente divertida fue la cena. A parte de las risas por la sopa reflectante que nos sirvieron, con ganas de guasa, nos inventamos el cumpleaños de una ithakeña que al final acabó brillando más que el caldo de la vergí¼enza que pasó la pobrecilla. Eso sí­, todo el restaurante cantó con nosotros, ¿eh?

La meta estaba cerca y por eso el cuarto dí­a, cada vez que alguien gritara “¿Mañana?”, todos debí­amos contestar “¡Santiago!”.  Resultaba bastante motivador, así­ que nos pusimos en marcha rápido. Y más nos valí­a, que si no una de nuestras monitoras nos poní­a firmes en un momento. Al final, con la bromita, tuvo que aguantar nuestras imitaciones toda la etapa. También la fatiga estaba cada vez más presente, pues habí­amos pasado lo más duro. A pesar de ello, ahí­ estábamos los chavales animando a los que más lo necesitaban al ritmo de “Venga, vamos, dale” hasta que conseguimos llegar al albergue.

Los más “frikis” de pokémon pudimos disfrutar de un gran rato compartiendo trucos y frustraciones. No obstante, lo mejor de esa tarde fue la dinámica. Consistí­a en sortear unos papelitos con los nombres de todos, y después hacer una ronda diciendo los mejores momentos que se habí­an tenido con esa persona en íthaka, y aquello que habí­a aportado al grupo. Tan majos somos que tuvimos que posponer la dinámica para el dí­a siguiente por falta de tiempo.

Finalmente, el dí­a que entrarí­amos a Santiago llegó. Parecí­a imposible pero… ¡íbamos a lograrlo! Salimos en dos tandas, porque habí­a mucha diferencia entre los últimos y los primeros, así­ que mientras unos dormí­an, los más madrugadores empezamos a caminar siendo aún de noche. Los bonitos paisajes que habí­amos visto en todo el camino daban entonces un poco de miedo, pero, a pesar de que por poco nos perdemos, no nos achantamos. Estuvimos andando hasta llegar al Monte del Gozo, donde por primera vez se asomaba la catedral de Santiago. Tanto nos habí­an asustado con la cuesta que habí­a que casi nos supo a poco. Ahora, para bajar, era otra historia. De cualquier forma, nos sentamos allí­ a esperar al segundo turno para hacernos la foto todos juntos en el monumento del peregrino. Resultó que nos recortaron la mitad del tiempo de diferencia, e incluso en Santiago tuvimos que parar para volver a reunirnos antes de entrar a la Plaza del Obradoiro.

Una vez juntos, empezamos a cantar a voces hasta que irrumpimos delante de la catedral. La gente nos miraba, pero poco importaba. Estábamos alegres, felices de haberlo conseguido, algunos hasta llorando de la emoción. Otros grupos nos animaban, y nosotros no parábamos de saltar con fuerzas renovadas, muy entusiasmados.

Después de hacer nuestro grito, nos dirigimos a por la Compostela. A unos cuantos deberí­an de haberles dado dos credenciales, de tantos sellos que habí­an recogido. Más tarde, fuimos a comer, y también pudimos hacer compras para llevar recuerdos para todos. Luego nos encontramos de nuevo para ir a ver los restos del apóstol y poder rezarle. Tras esos momentos de reflexión  y de abrazos para todos, fuimos a por las mochilas y marchamos rumbo a la estación.

Mientras esperábamos al tren, continuamos con la emotiva dinámica del dí­a anterior y, además, los monitores nos dieron unos diplomas dedicados que nos hicieron mucha ilusión. Pero las sorpresas no acabaron ahí­. De repente apareció Felipe (sí­, sí­, el jefe de estudios) para saludarnos y hablar un rato con nosotros. Finalmente, nos metimos en el vagón y, ya sentados,  el cansancio se notaba, porque más de uno desvariaba (¿Moco?) y otros tantos se quedaban fritos.

Y no era para menos. Tras tantos esfuerzos, dolores, y desesperaciones, habí­amos conseguido llegar a Santiago. Pero lo más importante, como dice nuestro grito, no era llegar a la meta, sino disfrutar del camino. Sin lugar a dudas, eso ha sido un objetivo cumplido, pues nuestros lazos se han hecho más fuertes y son muchos los buenos recuerdos que nos ha dejado. Tal y como decí­a el poema que leí­amos cada mañana, debí­amos desear que nuestro viaje fuera largo y, ya viejos, llegar a nuestro destino enriquecidos de todo lo vivido en el camino.

Desde luego, para nosotros ha sido una gran lección de autosuperación y compañerismo.

PD: ¡Láaazaro!

Fdo: Los chavales de íthaka.

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